martes, 7 de julio de 2020

Identidad y modernización



MODERNIDAD E IDENTIDAD EN AMERICA LATINA 



El tema de la modernidad en América latina está lleno de paradojas históricas. Fuimos descubiertos y colonizados en los albores de la modernidad europea y nos convertimos en el "otro" de su propia identidad, pero fuimos mantenidos deliberadamente aparte de sus principales procesos por el poder colonial. Abrazamos con entusiasmo la modernidad ilustrada al independizarnos de España, pero más en su horizonte formal, cultural y discursivo, que en la práctica institucional política y económica, donde por mucho tiempo se mantuvieron estructuras tradicionales y/o excluyentes. Cuando por fin la modernidad política y económica empezó a implementarse en la práctica durante el siglo XX, surgieron sin embargo las dudas culturales acerca de si realmente podíamos modernizarnos adecuadamente, o de si era acertado que nos modernizáramos siguiendo los patrones europeos y norteamericanos. 


Se ampliaron los procesos modernizadores en la práctica pero surgió la pregunta inquietante acerca de si podíamos llevarlos a cabo en forma auténtica. De este modo podría decirse que nacimos en la época moderna sin que nos dejaran ser modernos; cuando pudimos serlo lo fuimos sólo en el discurso programático y cuando empezamos a serlo en la realidad nos surgió la duda de si esto atentaba contra nuestra identidad. Desde principios del siglo XIX la modernidad se ha presentado en América latina como una opción alternativa a la identidad tanto por aquellos que sospechan de la modernidad ilustrada como por aquellos que la quieren a toda costa. El positivismo decimonónico, por ejemplo, quería el "orden y progreso" que la Ilustración podía darnos, y por eso se oponía fuertemente a la identidad cultural indo-ibérica prevaleciente. Su afán modernizador llegaba hasta el extremo de desconfiar de los propios elementos raciales constitutivos indígenas y negros porque supuestamente no tenían aptitudes para la civilización. Sarmiento, por ejemplo, explícitamente argumentaba que la verdadera lucha en América latina era una lucha entre civilización y barbarie. 

La primera estaba representada por Europa y los Estados Unidos; la segunda, resultaba de la inferioridad racial. Prado mantenía que el principal obstáculo para el progreso en América latina provenía del factor social primario: la raza. Gil Fortoul, a su vez, argüía de manera similar que algunas razas, como la europea, tenían mejores aptitudes que otras para la civilización. No debe sorprender entonces que algunas de las políticas que propugnaban para modernizar a América latina consistían en mejorar su raza mediante la inmigración de europeos blancos. Las teorías optimistas de la modernización de los años 50 definen a América latina en transición a una modernidad cuyo modelo o paradigma es sacado de las sociedades europeas y norteamericana. El proceso de modernización se concibe como una necesidad histórica que repite el camino recorrido por las sociedades avanzadas y, aunque existen obstáculos proveniente de una cultura tradicional, a la larga es prácticamente inevitable. En muchas de las posiciones neoliberales contemporáneas en Latinoamérica está implícita la idea de que la aplicación de políticas económicas apropiadas es la condición suficiente de un desarrollo acelerado que inevitablemente nos llevará a una modernidad similar a la norteamericana o europea. 

De un modo similar, Claudio Véliz exalta hoy día la modernidad de tipo anglosajón que está llegando a América latina en la medida que nuestra supuesta identidad barroca, bombardeada por artefactos de consumo, ha empezado a desaparecer en los noventa. Pero también aquellos que se oponen a la modernidad ilustrada en el siglo XX lo hacen en función de nuestra supuesta identidad de sustrato religioso, indígena o hispánico. Para los indigenistas la modernidad ha atentado contra nuestra verdadera identidad que se sitúa en las tradiciones indígenas olvidadas y oprimidas por siglos de explotación desde la conquista. 

Para los hispanistas nuestra identidad está en los valores cristiano-españoles que han sido olvidados por los procesos modernizadores desde la independencia. Tanto el uno como el otro proponen volver al pasado para encontrar en la matriz cultural indígena o española la esencia perdida de nuestro ser. En época más reciente Morandé, critica los intentos modernizadores en América latina porque niegan nuestra verdadera identidad. La modernización, tal como ha ocurrido en América latina, sería antitética con nuestro ser más profundo en la medida que ha buscado su último sostén en el modelo ilustrado racional europeos. La elite intelectual y dirigente de América latina ha sido incapaz de reconocer sus raíces culturales más profundas de sustrato católico y por eso ha conducido a sus países a experimentos modernizantes que, al oponerse a nuestra verdadera identidad, sólo podían fracasar. 


IDENTIDAD Y MODERNIZACIÓN EL TEMA CENTRAL EN LATINOAMÉRICA. 


En América Latina, el tema de debate en los últimos años está centrado en dos temas: identidad y modernización; ¿Por qué el tema identidad? Puede explicarse debido a la incomprensión de la crisis estructural, a los cambios históricos y sociales que se producen, a las transformaciones culturales, además, existe un fenómeno sincrético de mestizaje y adaptación, como respuesta local a la incertidumbre que provoca la globalización. Después de 1980 surge un modelo cultural latinoamericano en contraposición al modelo cultural europeo, cuya base fue la modernidad y hoy la postmodernidad, donde se cuestiona: la verdad global, la verdad general, las teorías totalizantes, el conocimiento es considerado como colección de fragmentos; se generaliza la pérdida de compromiso. Surgiendo la que Inmerarity llama la ética indolora, el descompromiso con el presente, futuro, y la amnesia histórica que implica el rechazo al saber histórico y al pensamiento critico; de igual idea es Mac Laren al explicar cómo ésta carencia de compromiso permite profundizar las ideas de violencia y agresividad; el Panameño Ángel Vera Pérez la conceptualiza como desmemoria social, produciéndose una juventud quebrantada, sin modelos positivos, presentes, sin ideas, sin futuro, preocupada por relaciones rápidas, por modelos extraños. 


Al producirse la desestructuración del marco referencial, los sujetos entran en crisis, no se dan cuenta de lo nuevo, no pueden operar en el nuevo contexto, no tienen en cuenta los referentes, pierden la percepción global y la ubicación como sujeto, la posibilidad de elaborar estrategias y tácticas, proyectos de vida; desarrollándose mecanismos ofensivos. 


La gente le devuelve sentido a la vida en este mundo de indiferentes y marginales. desde el ámbito de las culturas regionales; pero ésta área es precaria, sometido a proceso de fragmentación y dispersión; donde existe implícito un proceso de resignificación, el espacio social se moldea como lugar de relaciones de los actores sociales, representando el mundo social por medio de un sistema simbólico organizado dentro de la lógica de la diferencia (Bourdieu 1998), (Castells (1998) que permitirá construir las identidades e involucrar procedimientos de inclusión y exclusión. La identidad se define como la manera en que los miembros de un colectivo (nación) consideran como propias las instituciones que dan valor y significado a los componentes culturales de su sociedad y su historia; en base a tributos, rasgos, símbolos que nos permiten reconocernos como tales (Equihua 1994). 

La identidad vive integrada por todas las identidades y los elementos institucionales, que es posible visualizar en función de la ocupación, la justicia, la escuela, los partidos políticos, la iglesia, la familia, género, territorio, lengua; manifestándose como vivencia de la misma con niveles más o menos claros de conciencia grupal para sí, son los elementos valorativos de la vida diaria, de un grupo que se sabe original, no por el grado de diferencia con el que su identidad se manifiesta, sino esencialmente por lo auténtico de esa identidad, manteniendo sus sistemas de valores o dan evidencia de mantenerlos, no persiguen parecerse a otro, aunque reconocen la existencia de este último como tal. (Reyes 2000). 

La identidad cultural permite plantear un principio de diferenciación, y nos otorgan reconocimiento que puede ser positivo y negativo; toda persona posee un sentimiento de identidad fruto de múltiples pertenencias a los diversos grupos en los cuales nos identificamos; nos reconocemos como hombres, mujeres; tenemos una identificación política; a las personas nos unen intereses comunes, proyectos, experiencias vitales; construimos un sentimiento de apego al propio grupo ya sea en función del idioma, herencia cultural, territorio, todo ello genera personas únicas e irrepetibles, ya que la esencia de la identidad radica en la existencia de la diferencia; yo no existo sin el otro (Paz 2000).

Tomado de  http://lanzasyletras.com/el-concepto-de-identidad-en-latinoamerica-una-aproximacion-desde-las-teorias-de-la-modernizacion-y-el-postdesarrollo/

http://www.icebergci.com/2018/07/02/las-diversidades-que-componen-nuestra-identidad/?lang=es

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