Stefan Rinke, Las revoluciones en América Latina. Las vías a la Independencia 1760-1830
Ricardo Pérez Monfort*
México, El Colegio de México, 2011, 407 pp.
Tal vez sean las historias de los procesos y las revoluciones independentistas en América Latina las que mayor tinta y papel han ocupado en la historiografía profesional del continente, desde sus orígenes a finales del siglo XVIII hasta nuestros días. Y no cabe duda que en estos últimos años, en los que se han celebrado los bicentenarios de dichas gestas a diestra y siniestra, tal historiografía ha aumentado considerablemente, dado el afán conmemorativo que puebla tanto a los estados liberales como conservadores de este gigantesco territorio. En estas revisiones se han dado cita grandes intelectos, puntuales ensayistas y literatos, pero sobre todo figuras relevantes en la justificación estatista y la edificación de mitos nacionales. Justo es decir, sin embargo, que la construcción del propio conocimiento científico-histórico ha tenido desde luego aportaciones regionales abundantes de primer orden, que han pretendido aproximaciones un tanto más acordes con las necesidades de nuestros tiempos, y también han sido capaces de replantear algunas de las muchas leyendas e invenciones frecuentadas por las versiones "oficiales".
En ese sentido asistimos hoy en día a una especie de boom del quehacer historiográfico relativo a la contribución de nuevos enfoques y reflexiones en torno de los procesos independentistas regionales en América Latina. Sin embargo las visiones de conjunto, es decir, aquellas historias que incluyen dos o más territorios en la mira, lamentablemente no han sido tan recurrentes. Cierto que abundan las historias fragmentadas: aquellas que recogen los trabajos de diversos autores sobre un solo tema o región en compendios o colecciones. Pero aquellos esfuerzos holísticos, realizados bajo una mirada individual y una sola pluma, o un solo estilo de hacer historia, lamentablemente no han sido tan abundantes. Aquellos esfuerzos que incluían las visiones enciclopedistas clásicas de la posguerra o el espíritu unitario latinoamericano de los años sesenta y setenta, no parecen ser tan recurrentes como lo fueron antaño los trabajos de Edmundo O'Gorman y Silvio Zavala, o más adelante los de Tulio Halperín-Donghi o los de Eduardo Galeano.
Por eso no hay que escatimar la bienvenida a un libro como el de Stefan Rinke que ahora se pretende reseñar. Es de entrada una historia ambiciosa de amplia cobertura latinoamericana, con múltiples aciertos y adelantos, capaz de ofrecer no sólo reflexiones y comparaciones por demás sugerentes, sino que tiene la enorme virtud de presentar una mirada fresca e innovadora sobre aquellos procesos tan manipulados y manoseados en el último par de años por tirios y troyanos. En este trabajo aparecen constantemente referencias secundarias muy contemporáneas y poco utilizadas por los propios latinoamericanistas, especialmente aquellas que provienen de las reflexiones realizadas en el mundo académico centro-europeo y angloamericano. Sin embargo no desdeña las fuentes emanadas del quehacer hispanoamericano, y un ejercicio constante de diálogo entre autores del más variado talante y origen puede testimoniarse entre las líneas de este espléndido trabajo. Tan sólo por eso, se puede pensar que este libro es de entrada una relevante contribución para los propios lectores latinoamericanos, europeos, anglosajones, africanos, asiáticos y demás pobladores de este malogrado y febril globo terráqueo.
Pero entremos en materia, siguiendo la propuesta de presentar e interpretar los movimientos libertarios latinoamericanos de finales del siglo XVIII hasta avanzado el siglo XIX, el profesor Rinke muestra que, aun dentro de sus notables diferencias, dichos movimientos estuvieron determinados por ciertos elementos que bien pueden identificarse como unitarios. Al afirmar la condición revolucionaria de los mismos recoge, de manera por demás crítica y puntual, muchos de los planteamientos que el eurocentrismo historiográfico había implantado en su revisión, y apuntala la relevancia de las diferencias regionales, de la heterogeneidad de sus componentes sociales y de sus exiguos resultados en materia política y económica. Lejos de convertirse en un panegirista de los mitos fundacionales independentistas, reconoce su carga simbólica sin dejar de lado su condición diferencial y el cuestionamiento de su propio sentido. En esa tesitura la propuesta enunciada desde la propia introducción de este libro es presentar los movimientos de liberación de América Latina en su tránsito del siglo XVIII al siglo XIX, de una manera entrelazada pero reconociendo íntegramente su independencia.
Los seis capítulos que componen este libro, con su introducción y sus conclusiones, siguen un método por demás atractivo. Cada uno arranca con la referencia directa a uno o varios de sus principales protagonistas para después hacer una disección de las condiciones económicas, sociales y políticas que caracterizaron el periodo y la región que se está analizando. Así, el primer apartado dedicado a Las bases coloniales imperantes a fines del siglo XVIII en gran parte de los territorios americanos gobernados por España y Portugal, se inicia con una amplia reflexión sobre el "Quijote de Caracas", Francisco de Miranda, y su condición de epónimo precursor de las conciencias independentistas del continente. Sin perderse ni un ápice de la evidente imbricación de las historias europeas y americanas durante aquel periodo, el profesor Rinke destaca la ruptura del monopolio español en las colonias americanas como parte de las crisis en la administración burocrática del Viejo Mundo. Los inmensos territorios coloniales estuvieron lejos de quedar bajo la égida que pretendieron implantar las reformas de Carlos III, lograron más bien un cambio "en el modo de pensar" (Rinke dixit) de los criollos, que tuvo consecuencias relevantísimas a la hora de su reorganización tanto económica como política.
Si bien las miradas de la ilustración al estilo de Alejandro von Humboldt, y la incorporación de otras ambiciones colonialistas apuntalaron, entre otras cosas, el advenimiento del libre comercio y por lo tanto las ideas libertarias, también es cierto que el desprecio y la arrogancia europeas contribuyeron a la interpretación de América como un "contramodelo" de Europa. La crisis mundial del antiguo régimen propició una buena cantidad de rebeliones americanas en la segunda mitad del siglo XVIII, que sin embargo tuvieron su propia especificidad, por lo que no pueden ser vistas tan automáticamente como precursoras de los movimientos independentistas posteriores. Más bien se trató de expresiones regionales de la propia crisis, que hacia finales del siglo XVIII parecían haberse librado y consumido.
El capítulo siguiente dedicado a la Revolución de Haití, el autor destaca la figura de Toussaint L'Ouverture para continuar con su análisis sobre la situación económica, social y política de "la joya del Caribe", como parte de la plataforma giratoria del mediterráneo caribeño. Al cuestionar la aplicación selectiva de los derechos del hombre enarbolados por la Revolución francesa, la revolución de los esclavos haitianos impactó tanto a Europa como al resto de América. Dicha revolución hizo posible "una nueva identidad americana" capaz de pensar en una reorganización de los estados locales, integrando las nuevas ideas sobre los derechos individuales y la negación de la esclavitud. De ahí que la haitiana no sólo fuera la precursora de las independencias latinoamericanas sino un hito fundamental de los principios de la Revolución francesa y sus consecuencias en el nivel mundial.
El tercer capítulo, titulado Principios revolucionarios y reveses en Hispanoamérica 1808-1816, comienza nuevamente con una referencia a una figura histórica y su contexto: esta vez es el cura Miguel Hidalgo y la crisis española sufrida a partir de 1788, pero que tuvo su expresión culminante en 1808. La revolución social en la Nueva España coincidió con los desaguisados de las Cortes y la Constitución de Cádiz, que a su vez contaminaron a la región venezolana, a la Nueva Granada, a Quito, a la región del Río de la Plata, a Paraguay, a la Banda Oriental y a Chile. Si bien en el texto se destacan las enormes diferencias en los procesos locales, al parecer en la mayoría de los ámbitos latinoamericanos el principio de retorno de la soberanía del pueblo, ante la ausencia del monarca, impactó de manera decisiva el acontecer político cotidiano. Una dimensión esperanzadora impulsó los movimientos liberacionistas que, finalmente, se confrontaron con la marcha atrás de la Corona española suscitada a partir de 1814.
El capítulo cuarto está dedicado al Triunfo de la Independencia en Hispanoamérica y revisa los múltiples procesos del subcontinente desde 1816 hasta 1830. Stefan Rinke arranca nuevamente con una figura señera de este desenvolvimiento político y militar latinoamericano: Simón Bolívar. Después de repasar la vía conservadora a través de la cual la Nueva España llegó a convertirse en el México Iturbidista, con la consabida separación de Centroamérica, la revisión se lleva a cabo puntualmente desde la zona de los Andes hasta el fracaso de la Gran Colombia, y las conspiraciones de Santo Domingo y Cuba. En este capítulo cobran fuerza las relaciones internacionales cargadas de presiones sobre las incipientes dirigencias criollas, y su incapacidad para impedir las emergencias disidentes en sus propios territorios. La idea de una lucha fracasada impera en los resultados obtenidos durante estos cerca de quince años de guerras y reformas. Lejos de redactar una prosa triunfante y generadora de mas mitos, la visión crítica del autor presagia los complicados años iniciales de las vidas independientes de los balcanizados países latinoamericanos.
El quinto capítulo se consagra por entero al proceso independentista del Brasil 1808-1831. Ahora la figura central es Pedro I, quien logra apenas armar su imperio en medio de las desavenencias entre las potencias mundiales, una economía desorganizada y cierto absolutismo ilustrado. Aun cuando comparte algunas consecuencias del fracaso de las luchas independentistas latinoamericanas, el caso del Brasil resulta ajeno a la balcanización y al profuso derramamiento de sangre que caracterizó a las revoluciones del resto del continente. Su separación de Portugal se logra mas como un proceso de negociación en medio de una profunda crisis que ataca a ambos lados del Atlántico.
Finalmente el capítulo El precio de la Libertad. Héroes ambivalentes, recoge esa relación entre individuos, sectores sociales y contextos económicos internacionales que se ha repasado detalladamente en los apartados anteriores para presentar una reflexión integral por demás sugerente y propositiva. El propio Stefan Rinke la resume en sus últimas páginas en un largo párrafo de la siguiente manera:
Las revoluciones de independencia en América Latina tuvieron un punto de partida común: la Revolución francesa, o mejor dicho, la expansión napoleónica posterior y el vacío que de ella resultó. En todas partes se planteaba la misma pregunta respecto a la nueva base de legitimidad para el intercambio en las transferencias interregionales y transatlánticas. Sin embargo, las experiencias revolucionarias individuales fueron sumamente distintas si se comparan entre sí [...]. Pese a toda esa diversidad, se aprecian entrelazamientos evidentes entre las experiencias y no sólo en el nivel de las élites políticas, sino también en el de las clases no privilegiadas. En estos años revolucionarios, no sólo se intercambiaron hombres, mercancías e ideas, sino también informaciones sobre los desarrollos actuales [...]. Después de algunas décadas de guerra, los países recién surgidos eran demasiado débiles para establecer realmente el orden republicano. El soberano, el "pueblo", seguía siendo un nebuloso punto de referencia. Para imponer un nuevo Estado nacional en el sentido de una comunidad de valores duradera en una estructura étnica extremadamente heterogénea, faltaron las condiciones y la voluntad política de las élites. Precisamente la problemática étnica, que se traslapaba con la social, fue una característica única en su tipo de las revoluciones de independencia latinoamericanas. Contribuyó a que las ideas de libertad, igualdad y autodeterminación que circulaban por todo el mundo, y de las cuales también se sirvieron las élites latinoamericanas, se cargaran con una fuerza explosiva especialmente revolucionaria, ya que la politización había abarcado todo el espectro social. Hasta 1830 y mucho tiempo después, esta fuerza explosiva no había podido prosperar todavía. Lo que quedó, sin embargo, fue la promesa de la revolución, y esto no era poco (p. 359).
Para muchos pases latinoamericanos esa promesa tardaría mucho tiempo en realizarse. Algunos hicieron sus revoluciones a medias, otros experimentaron con el radicalismo y otros más revolucionaron también, pero bajo intereses imperiales, conservadores y militaristas. Pero eso forma parte de otra historia y de otra época que tal vez espera otro historiador que pueda narrarlas con la maestría con la que Stefan Rinke ha narrado esta magnífica historia de las revoluciones en América Latina que ahora publica tan atinadamente el Colegio de México en colaboración con el Programa Internacional de Graduados Entre Espacios, Ojalá que éste sea el primero de una serie de trabajos que muestren la promesa cumplida y el vigor de una nueva historiografía que sirva para un mejor entendimiento de lo local, lo internacional y lo global.
Para hablar de revoluciones es necesario empezar por definir el término. Al respecto podemos decir que una revolución es un cambio violento y radical en las instituciones políticas de una sociedad. Los ejemplos más conocidos de ellas son la Revolución Francesa y la Revolución Industrial.
Sin embargo, en América Latina también hemos tenido importantes revoluciones con profundas consecuencias sociales, jurídicas y políticas en los países donde han ocurrido. Por eso, vale la pena comenzar por establecer las principales revoluciones de América Latina durante el siglo XX. Ellas pueden resumirse en las cuatro siguientes:
Zapata con su ejército
La Revolución Mexicana: Esta revolución, que duró 10 años y fue producto del descontento social de la sociedad mexicana desde finales del siglo XIX con el gobierno de Porfirio Díaz, no fue un proceso lineal y dentro de ella se dieron avances y retrocesos políticos e intervinieron actores diversos. Destacan entre sus principales líderes Emiliano Zapata y Pancho Villa. No obstante, el campesinado y los sectores rurales también tuvieron un rol protagónico. Gracias a este movimiento se redujo el poder de los terratenientes y se distribuyó la tierra. Sin embargo, los sectores medios y empresariales fueron quienes lograron al final el control político.
La Revolución Boliviana: la Revolución boliviana fue la primera, y, hasta hoy, la única insurrección obrera
Víctor Paz dirigió la revolución más importante de Bolivia
triunfante en América Latina. El 9 de abril de 1952 los obreros se enfrentaron en la capital al ejército y le ganaron en la contienda. No obstante, esta no fue una revolución exclusiva de la clase obrera, también participó la clase media representada por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (M.N.R) liderado por Víctor Paz. Después del triunfo, el gobierno quedó en las manos del M.N.R y la Central Obrera Boliviana propiciando la entrada de los campesinos a la vida política. Así mismo, entre 1952 y 1956, se aprobó una reforma agraria, el sufragio universal y la nacionalización de las principales industrias del país.
La Revolución Cubana: En 1959, el “Ejército Rebelde”, una guerrilla de base campesina comandada por los hermanos Fidel y Raúl Castro, el argentino Che Guevara y Camilo Cienfuegos, derrotó a las fuerzas estatales comandas por Fulgencio Batista. Esta revolución inició un proceso de cambio social donde se establecieron medidas como la reforma agraria, la nacionalización de empresas estadounidenses presentes en la isla y campañas masivas de alfabetización. En los años 60, la revolución se profundizó y adoptaron como ideología oficial el socialismo, ideología que perdura con modificaciones hasta el presente.
La Revolución Nicaragüense: En 1979 triunfó un movimiento guerrillero llamado “Frente Sandinista de Liberación Nacional” y derrocó al dictador Anastasio Somoza. El gobierno surgido a partir de esta revolución logró impulsar importantes medidas políticas como las campañas de alfabetización, expropiaciones, las dotaciones de tierras para campesinos pobres y la renovación del sistema político.
Por Nestor Chayelle
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